jueves, 17 de enero de 2008

LEGITIMIDAD A CAMBIO DE REHENES MALTRATADOS

Cuando comencé a conocer el conflicto colombiano me costó creer que los jefes de las FARC viajaban en vehículos con aire acondicionado y que sus campamentos tenían muchas comodidades; igual me sorprendió el evidente sobrepeso de algunos de sus comandantes. La guerra civil salvadoreña se explicaba por el exceso de poder del Estado, contrariamente, el conflicto colombiano se explica esencialmente por la debilidad del Estado en el control de su propio territorio. Colombia tiene lugares donde no hubo gobierno durante más de 40 años. Este vacío lo llenaron paramilitares, guerrilleros, narcotraficantes y bandidos que se convertían automáticamente en autoridad, bajo la indiferencia o anuencia de los gobiernos.

Los guerrilleros salvadoreños disputamos en combate cada metro cuadrado de nuestro pequeño país a gobiernos autoritarios sostenidos militarmente por los Estados Unidos. En Colombia, por el contrario, las FARC han sido una guerrilla sedentaria, que sin combatir mucho controló extensos territorios en los que no había gobierno. Por ello llevan 43 años en el monte y algunos de sus jefes han muerto de viejos. Sin embargo, en la misma Colombia, el Movimiento 19 de Abril (M-19) fue la primera guerrilla latinoamericana que, a costa de muchos muertos, negoció reformas políticas democráticas. Ahora el M-19, como parte del Polo Democrático, es la segunda fuerza del país. Es decir, que en Colombia la izquierda podría ganar las próximas elecciones, como ya ocurrió en Chile, Argentina, Uruguay, Ecuador, Bolivia, Brasil, Perú, Panamá, República Dominicana, Venezuela, Guatemala y Nicaragua.

Hay quienes continúan viendo a Latinoamérica como repúblicas bananeras en las que la violencia política es legítima. El mapa, los tiempos y el dinero de la cocaína coinciden con el crecimiento de la violencia de las FARC en los 90. Antes de eso eran una insurgencia perezosa, y por lo tanto poco relevante. En 1990, al morir su líder político Jacobo Arenas, las FARC se quedaron sin contención ideológica frente a los cultivos de coca que proliferaban en sus territorios. Comenzaron extorsionando narcotraficantes y terminaron de dueños de la mayor producción de cocaína del mundo. Transitaron de última guerrilla política latinoamericana a primer ejército irregular del narcotráfico, convirtiéndose en un reto real para el Estado colombiano.

Los gobiernos de los últimos 20 años tuvieron que comenzar a revertir la debilidad del Estado y a corregir abusos pasados. Primero acordaron la paz con las insurgencias políticas, luego desarticularon a los grandes carteles de narcotraficantes que dirigía Pablo Escobar, seguidamente un Gobierno bogotano inventó formas exitosas de combatir la cultura de violencia, y finalmente iniciaron la recuperación del campo. Propusieron negociaciones a las FARC que fracasaron debido al secuestro de doce parlamentarios que fueron ejecutados en junio de 2007. La fuerza del Ejército y la Policía crecieron y se desplegaron de forma permanente en los 1.120 municipios de Colombia. Los paramilitares empezaron a ser combatidos y desmovilizados. Los jefes guerrilleros perdieron sus vehículos con aire acondicionado y sus campamentos con refrigeradora. Acorralados, incurrieron en el terrorismo. Ciento diecisiete pobladores murieron refugiados en la iglesia de Bellavista cuando ésta fue destruida por las FARC; un coche bomba con 200 kilos de explosivos demolió un club bogotano lleno de familias; esto se volvió cotidiano, y los civiles muertos y heridos sumaron miles. Sin embargo, ahora la violencia de las FARC es decadente y en el 2007 no pudieron realizar una sola toma u hostigamiento a los poblados que controla el Estado. Sus combatientes se desmovilizan masiva y voluntariamente, 2.400 sólo el año pasado, y hay evidencia pública de que algunos jefes guerrilleros han recuperado las comodidades perdidas en el territorio venezolano.

Las FARC no tienen futuro como guerrilla, aunque lo tengan como narcotraficantes. La inmensa selva colombiana les facilita mantener a los rehenes que secuestraron en el pasado y usarlos cómo su último cartucho político. Las duras condiciones en que mantienen a éstos evidencian desmoralización y pérdida de control; ni siquiera sabían dónde estaba el niño Emmanuel. Las FARC hicieron del secuestro, la extorsión y el narcotráfico sus principales actividades, son los mayores secuestradores del planeta. Una insurgencia negocia a partir de la legitimidad política de sus demandas o de la fuerza militar que detenta, pero exigir legitimidad a cambio de rehenes maltratados y amenazados de morir, equivale a pedir respeto por ser malvado. El anti-neoliberalismo no justifica explotar el dolor de las familias de los rehenes. Si Chávez estuviera sólo ayudando a salvar rehenes sería positivo, pero su reconocimiento político a las FARC, reaviva la violencia colombiana, le abre las puertas de su país a la cocaína y lo convierte en protector de unos crueles narcoterroristas.

(Publicado en El País, Madrid, el 16 de enero 2008)

lunes, 14 de enero de 2008

Columna transversal: MI 10 DE ENERO

Escribo estas líneas el 10 de enero. Por más que trato a concentrarme en el presente -el primer debate entre periodistas en el Canal 33, que arranca hoy-, esta fecha me jala al pasado. Cumplo hoy 27 años de haber llegado a El Salvador. Llegué un 10 de enero de 1981, en un vuelo proveniente de Managua, junto a Hernán Vera, quien poco después adquiriera fama como “Maravilla”, locutor, editor, camarógrafo, editorialista de Radio Venceremos.

En la madrugada alguien, no me recuerdo quien, de la comandancia del ERP me había despertado con las palabras: “Despertate, Paolo, hoy es el día...” – “¿Día de qué?” – “Día de la ofensiva. Hoy comienza el desmadre. Te vas para San Salvador hoy, Hernán de va a recoger en media hora. ¡Apúrate! Te vas a perder la guerra...”

En el avión, Hernán trató de convencerme que no era broma. No le creí. En el camino de Comalapa a la ciudad, como no vi nada que indicaba el inicio de una guerra, le dije: “Ya ves, aquí todo es normal.” – “Y vos qué creés, que alguien va a anunciar la ofensiva en vallas sobre la autopista?”

Llegamos a una casa en la Layco, a dos cuadras del cuartel San Carlos. El que nos recibió, el seco Gustavo, nos dijo: “Bueno, faltan dos horas. A las 5 en punto comienza el deschongue. Las órdenes son: Aunque afuera haya fiesta, no salimos de esta casa hasta recibir instrucciones. Y no se asusten cuando escuchen bombazos, es con el San Carlos, no con nosotros.”

“Vaya pues,” dijo Hernán, “yo me voy a dormir para quitarme la goma de la despedida anoche. Puta, ¡qué fiestas saben hacer los nicas!”
“Yo también me voy a acostar, “ dijo Gustavo, “a saber si vamos a dormir en las próximas noches.”
“Paja me quieren dar,” me dije yo, “¿cómo van a estar tranquilamente dormidos si saben que hoy empiezan los combates?” Y me fui a dormir...

A las 5 de la tarde con 5 minutos pegué un brinco de la cama. Bombazos, tiroteos por todas partes. Ráfagas. Silencio. Nuevas ráfagas...

En la televisión películas de John Wayne. Nada de noticias. Sólo un comunicado que decretaba el toque de queda de 6 de la tarde hasta las 6 de la mañana. Alguien habló por teléfono con la novedad que el periodista venezolano Nelson Arrieti había sido capturado junto a los dos comandantes del ERP al cargo de las operaciones ofensivas en San Salvador. Me di cuenta que estaba sentado en la casa comúnmente conocida como la casa de los periodistas venezolanos, uno de los cuales ahora estaba preso y siendo interrogado. El segundo estaba sentado a la par mía y dijo: “A las 6 en punto salimos para Morazán. El único lugar seguro es ahora el frente de guerra.”

Pero estábamos en la casa de alguien que en estos momentos estaban siendo torturando para sacarle información sobre sus cómplices. Y los cómplices éramos nosotros. “¿Por qué no nos vamos a la mierda ya? Vamos al Camino Real donde está la prensa internacional?” – “Porque hay toque de queda. No llegamos ni a la esquina sin que nos disparan o detienen. Mejor nos quedemos aquí, estos malditos ahora están demasiado ocupados con sobrevivir, no van a venir a buscarnos...”

No llegaron. Ya nadie de nosotros durmió. Estábamos pendientes de cualquier ruido que podía indicar que iban a catear la casa. A las 6 en punto salimos hacía Oriente, en un microbús Volkswagen, Gustavo, Hernán y yo. Retenes de la Fuerza Armada, retenes de la guerrilla. Cerca de Zacatecoluca había un retén de las FPL, con cientos de camiones y buses atravesados para bloquear el paso.

“No hay paso,” dijeron los guerrilleros, “regrésense para San Salvador.” Hernán pidió hablar con el jefe de la unidad, le dijo quienes éramos y para donde íbamos. El tipo nos escribió un salvoconducto en una hoja arrancada de un cuaderno escolar: “Compañeros, estos periodistas son compañeros en misión importante para la revolución. Brindarles todo el apoyo. Firma Comandante XY, Frente Paracentral.”

Con este papelito pasamos todos los retenes guerrilleros. Los del ejército los pasamos con las credenciales que llevaban Gustavo y Hernán del Comité de Prensa de la Fuerza Armada COPREFA. Los soldados que revisaban estos papeles pensaban que éramos miembros del COPREFA. Casi se cuadraban.

Saliendo de San Miguel en la Ruta Militar hacía Santa Rosa de Lima, a dos minutos de haber pasado por el retén en frente de la Tercera Brigada, escuchamos en un noticiero que en el contexto de la captura de los dos comandantes del ERP y del periodista venezolano estaban buscando a otro periodista venezolano llamado Hernán Vera. Los dos manejaban una célula clandestina de periodistas salvadoreños e internacionales en apoyo logístico y de inteligencia al ERP.

Gustavo dijo: “Ya van a salir todos los nombres. Nelson conoce el mío y el tuyo, Paolo. Vamos a tener que entrar al frente los tres.”

El contacto con el frente nororiental era en las minas de San Sebastián, cerca de Santa Rosa de Lima. Llegamos a Santa Rosa de Lima. Un último retén militar. “¿Adónde se dirigen?” – “Al Amatillo, a la frontera.” – “Ahh, tienen miedo, periodistas culeros, váyanse a la mierda...”

Cuando agarramos la calle de polvo para San Sebastián, Hernán dijo: “Vaya, si ya no nos topamos con otra patrulla, estamos bien.” Era fácil de traducir: “Si en este trayecto, que no lleva a ninguna parte sino a tierras bajo control de la guerrilla, nos encontramos con una patrulla, estamos muertos.”

A menos de un kilómetro de Santa Rosa de Lima nos encontramos con una patrulla. Vestían uniforme del ejército, pero fusiles FAL. Eran guerrilleros y nos escoltaron a las minas.

Allí había un grupo grande de combatientes, preparando el ataque a Santa Rosa de Lima. Pidieron instrucciones por radio. Respuesta: “Que manden a Hernán al puesto de mando en el norte de Morazán, con todos los equipos de video. Los otros dos, que regresen a San Salvador.”

Los dos tuvimos grandes ganas de hacer lo contrario, pero los guerrilleros tenían sus órdenes. Y punto.

El punto crítico del viaje de regreso era cómo hacer que nadie nos viera salir de la calle de las minas a la Ruta Militar. ¿Cómo íbamos a explicar de dónde salimos? Nadie nos vio. Pasamos el mismo retén en la entrada de Santa Rosa de Lima. “¿Y el otro culero?”, pregunta el soldado. “Se fue para Honduras. Nosotros le vamos a hacer huevo aquí,” dice Gustavo. “Suerte, culeros.”

En San Miguel, en la casa de unos familiares de Gustavo, vemos noticiero. “En el caso de los periodistas venezolanos vinculados al ERP, las autoridades están buscando a un microbús Volkswagen color naranja, placas.... Además están buscando a un tercer periodista involucrado, de nombre Paolo y nacionalidad alemana...”

Decidimos seguir en la mañana con el mismo carro. “Las unidades militares no van a estar buscando carros, tienen problemas más vitales en qué pensar,” dijo Gustavo. Yo, el novato, el recién introducido al mundo de la clandestinidad y subversión, dije: “Vaya, ustedes sabrán...” Aunque ya no estaba tan seguro...

Así terminó mi primer día en El Salvador, el primer día de la guerra. El día siguiente llegaríamos salvos y sanos a San Salvador, nos desharíamos del carro y yo me refugiaría en el Camino Real, fingiendo demencia. En los noticieros del 12 de enero dirían que el tal Paolo no era alemán, sino un fotógrafo italiano llamado Paolo Bosio. Entonces, este mismo día iría a COPREFA, me acreditaría de corresponsal y iría a cubrir el resto de la ofensiva. Aunque el credencial revolucionario de Zacatecoluca lo quemé antes de salir de las minas, le hice honor hasta el final de la guerra en 1992.

¡REGALEMOS A NUESTROS HIJOS!

Curiosa la vida, ¿como un bello momento puede ser tan sórdido? Niños que seguro crecerán en hogares sanos, con buenas posibilidades económicas y con amor. Padres que estarán orgullosos de sus nuevos hijos. Padres biológicos que saben que su hijo tendrá un mejor mañana. Hijos que partirán sin conocer su Guatemala. Las historias de las adopciones son tan diversas. Pero la realidad de las adopciones en Guatemala ha tomado un giro tétrico. Hace unos días me encontré en un hotel muy cerca de la embajada estadounidense en Guatemala y para mi sorpresa, de las 20 personas hospedadas en el hotel, yo era el único que no tenía un niño guatemalteco y estaba esperando por los trámites de adopción. El resto habían llegado a Guatemala con el único propósito que adoptar a un pequeño chapín. Me pareció muy curioso, pero también al ver el resto de hoteles y comenzar a escuchar las historias me sorprendió mucho lo que me enteré, cerca de los hoteles más caros y hasta en sus lobbies tienen niños a disposición. Así no más podes comprar un niño o te pueden regalar uno.

Guatemala no tiene una ley de adopciones, no existe una regulación de cuáles son los niños que se pueden adoptan. Claro, en la mayoría de tramites para que estos niños salgan del país dicen que son niños huérfanos, pero esto no necesariamente es cierto. La única forma de regular sería a través de una ley. Esto es otro de las ejemplos claros de cómo las mafias y los negocios ilícitos tienen secuestrada a Guatemala. El trafico de niños es una cosa alarmante, y Guatemala es de los países número uno del mundo en este tema. Existen poderosas organizaciones con tentáculos en los hospitales. Legisladores y el sistema judicial han hecho que la ley de adopciones de Guatemala esté engaveta desde el 2002 en algún archivero de la Asamblea Legislativa.

Las historias de los secuestros en hospitales, de los engaños de ONGs de fachada, de gente humilde que firma papeles, son increíbles y repugnantes y reflejan lo más bajo del ser humano, capaz de robarse un niño por unos cuantos dólares. Pero también las historia de los padres en los hoteles que en su desesperanza no pueden encontrar mejor solución que ofrecerle su niño a una pareja de extranjeros. Así ellos tal vez tengan un mejor mañana, así tal vez vivan bien, porque seguro que acá en Guatemala sus hijos no tienen futuro, este es un reflejo triste de una realidad desbordante de pobreza y malestar social. Más allá de la reflexión, es un grito de auxilio.

Así los Estados Unidos y la Unión Europea no deberían de permitir las adopciones de niños guatemaltecos, hasta que se ofrezcan las garantías mínimas necesarias para que estas historias no ocurran.

Las adopciones en general son una magnifica expresión de amor y algo que todos deberíamos de hacer, compartir nuestro amor y ayudar a criar a un niño que ya no tiene hogar y nosotros se lo podemos brindar. Pero este gesto, que refleja el amor en su más pura esencia, ha sido corrompido y manchado, y ahora en Guatemala parece más un ejemplo por completo del otro lado del ser humano, mezquino y avaro.

Ahora que Álvaro Colom estrena presidencia, una de sus muchas prioridades deberá ser regular esta practica, establecer un sistema eficaz y creíble para que los niños de Guatemala tengan un futuro digno, con amor. Esto también tiene que ser una reflexión para los salvadoreños, que esperemos no lleguemos a este extremo de Guatemala, pero que si nos sirva para reflexionar que, aunque nuestros hijos no los regalamos al nacer, si los exportamos al cumplir los 18 años, donde sienten que la única solución es estar en Estados Unidos y no en su país que pocas esperanzas les ofrece, donde los héroes son los salvadoreños que lograron llegar a Estados Unidos y ahora mantienen a flote la economía de este país. Tal vez será mejor ahorrarnos los años de espera y simplemente adoptar la solución chapina y mandarlos al nacer, así no serán ilegales, así no tendrán trabajos mal pagados, así no sufrirán al ser culpados de todos los males de un país. Ojalá ni Guatemala, ni El Salvador tengan que seguir regalando a sus hijos.